jueves, 13 de abril de 2017

LA CONDENA DE JESUS, LA PERVERSIÓN DE LA DEMOCRACIA Y LOS PILATOS DE LA ADMINISTRACIÓN DE JUSTICIA


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(Foto referencial: bolainez.org)

En principio, todo aquel que comete un delito tiene que sufrir un proceso penal; sin embargo, Jesús, sin haber cometido delito alguno fue procesado y condenado a muerte por Pilatos. Aquí nos preguntamos, ¿quién fue el demócrata? ¿Fue Pilatos que ante la voz del pueblo hebreo de ¡crucifícale! decidió el destino de Jesús favoreciendo la libertad de Barrabás o fue Jesús que con su silencio se convertiría luego en el paladín de la democracia?

El procurador Pilatos, hipócrita y oportunista, tenía la posibilidad de liberar a Jesús pero con una actitud cobarde que erróneamente se dice “democrática” derivó la decisión a las masas. Habían solo dos alternativas: Jesús o Barrabás, el bien o el mal. En un contexto totalitario, la muchedumbre inculta y manipulada liberó a Barrabás y condenó a Jesús. Ahí se encuentra la perversión de la democracia, la voz de un pueblo fanático fundado en la sinrazón.

De otro lado, Jesús calla y con su silencio se convierte en el paladín de la democracia. En esa línea Zagrebelsky anota que  el amigo de la democracia es más bien Jesús; aquel que, callado, invita hasta el final al diálogo y a la reflexión retrospectiva. Jesús que calla, esperando “hasta el final”, es un modelo. Lamentablemente para nosotros, sin embargo, a diferencia de él, no estamos tan seguros de resucitar  al tercer día y no podemos permitirnos aguardar en silencio “hasta el final”. (Gustavo Zagrebelsky. La crucifixión y la democracia. Editorial Ariel, 1996, p. 121)

Cómo no va a ser un gran demócrata Jesús si en su primera palabra reflexiva dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.

De forma muy sintética conviene trasladar la reflexión al crítico sistema judicial. ¿Cuántos Pilatos habrá en la administración de justicia? Al parecer muchos, oportunistas, corruptos, tibios, que deciden con la política del dejar hacer dejar pasar, que deciden con soluciones intermedias, que no deciden con justicia sino cuidando su empleo. Pero también magistrados justos, no corruptos que ponen de manifiesto su compromiso con la justicia. En ese sentido, mi predicción es que la administración de justicia seguirá corrupta en la medida que jueces y fiscales se preocupen más por conservar el puesto y satisfacer intereses perversos que por dar a cada quien lo que le corresponde. Con todo, los jueces y fiscales, cuando se justifique, deben decidir a favor de los inocentes y no lavarse las manos como lo hizo el procurador en la condena injusta del Hijo de Dios.

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