viernes, 17 de julio de 2020

ÉTICA MÉDICA EN TIEMPOS DE PANDEMIA COVID-19

                                            FÉLIX TASAYCO, Gilberto.



(Foto referencial: theconversation.com)
                                            
Hace poco hemos visto cómo la ambición, la avaricia y la insensibilidad de algunos industriales de la medicina -en el que se incluyen algunas clínicas particulares- sobredimensionaban de modo salvaje el costo del tratamiento médico de las víctimas de la Pandemia Covid-19. Eso es simplemente, dirección y gerencia sin responsabilidad social. Sin embargo, de otro lado, hemos advertido que muchos médicos y profesionales de la salud, en sus hospitales y hasta subiendo al avión, vienen arriesgando sus vidas en pro de la vida de los pacientes. Obviamente, aquellos médicos no pasaron inadvertida la Declaración de la Asociación Médica Mundial de Ginebra de 1948 que señala: “Prometo solemnemente consagrar mi vida al servicio de la humanidad, otorgar a mis maestros el respeto y la gratitud que merecen, ejercer mi profesión dignamente y a consciencia, velar solícitamente y ante todo por la salud de mi paciente (…)”.    

Ciertamente, en el ejercicio de la medicina, el médico debe demostrar que es un buen hombre, pero también un hombre bueno. La bondad que lo debe caracterizar no permite variación de trato en función a la pandemia, clase social, política, económica o cultural de quien confió su salud y su vida por su bienestar. El médico, ante todo y sobre todo, debe procurar siempre el bienestar de su paciente, aun cuando este sea su enemigo.

Ante el amigo o el enemigo el médico tiene la misma obligación. En tiempos de pandemia o sin él, el médico debe hacer visible su etiqueta de humano, no puede ser un hombre insensible ni un espectador malsano del dolor y sufrimiento de su paciente. Por esa y por muchas razones, considero que el médico que elude los patrones deontológicos, no es médico sino “trabaja de médico”. Médicos formados desde los reductos de la ética enemiga no sirven a la medicina, sino, se sirven de ella, en tanto y en cuanto les otorgue beneficios.    

El médico debe tener su propio código personal, en el cual, aparte de la bondad y la sabiduría, prevalezca el respeto por el paciente y la profesión médica. Vélez Correa (1996) apunta que se debe respetar al paciente como persona que es; esto debe manifestarse en las palabras, gestos, etc. Se oyen expresiones degradantes al referirse a los pacientes como: “chicharrones” y “gadejos” que muestran el poco respeto hacia la persona que sufre.  El respeto por el paciente se extiende más allá de su persona. Referirse a Don Gustavo es mejor que decir “el de la cama 20” o “el paciente de la ictericia” (p. 74).

De lo dicho se desprende que el respeto implica cortesía, atención y consideración para los demás. Es decir, el médico no puede ser un inadaptado en las reglas de trato y cortesía. En la práctica, se puede convenir que no se excluye la posibilidad que la cortesía se pierda aun en el interior del grupo médico de cada institución. Así, solemos ejercer cargos en niveles jerárquicos superiores y no por haber sido designados temporalmente en tales niveles, vamos a excluir la cortesía de nuestro código personal. Con mayor razón, mientras los médicos se encuentren en el camino del ascenso, con más humildad y más cortesía deberán ejercer la profesión.

Gregorio Marañón (1956) enseña que no es inútil recordar esto, porque es muy frecuente, en cualquier profesión o actividad social, que a medida que se sube en la escala de la importancia se crea el triunfador con mayores razones para estar relevado de sus obligaciones de cortesía con los que vienen detrás. Siempre me ha parecido no ya intolerable, sino monstruosa, la grosería del amo con el criado, del maestro con el discípulo, del capitán con el recluta y, en general, del superior con el inferior. La disciplina elemental impide que el subordinado se conduzca con incorrección respecto a sus jefes, pero no sé qué reglamento permite que el más alto pueda ser inconsiderado con el que ocupa las categorías humildes. El que llega, por legítimo que sea su triunfo, tiene siempre mucho que hacerse perdonar de sus semejantes. Y no hay forma más inaceptable de olvidarlo que hacer de la posición elevada pretexto para la extremada grosería (p. 69).
  
Por su parte, Angel Ossorio (2000) anota que no es médico el que domina la fisiología, la patología, la terapéutica y la investigación química y bacteriología, sino el que, con esa cultura como herramienta, aporta a la cabecera del enfermo causales de previsión, de experiencia, de cautela, de paciencia, de abnegación. ¿Cómo podrá ser un médico frío de alma? No puede serle indistinto que el pueblo goce de la higiene y de la salud o que padezcan víctimas de epidemias y de infecciones, que su enfermo se salve o que se muera, que llore amenazado por el dolor o que sonría por el alivio y la curación. Por eso los médicos afrontan riesgos enormes como la inoculación de una infección, la pérdida de miembros y aún de la vida, como los radiólogos, el peligro que se afronta heroicamente en una epidemia y la abnegación con que se lucha contra la muerte en casos que el facultativo no le valen un centavo ni aún siquiera la gratitud del favorecido. Si el médico no tiene el corazón propenso a la abnegación y al sacrificio, será un falsificador de su ministerio (pp. 140 y ss).

En efecto, dilemas éticos habrán, pero seamos resilientes, no perdamos la esperanza pues pronto esta inesperada pandemia terminará. Es cierto que las víctimas seguirán sufriendo, pero los médicos éticos estarán ahí, en conmiseración con el paciente, ayudando en el vivir y luchando en el sufrir. Por ello, se deben mejorar las políticas de comunicación, buscando que el discurso gubernamental ético llegue a los espacios sociales populares. Como se pregunta y responde Adela Cotrina (2019): ¿Para qué sirve la ética? Para recordar que es más prudente cooperar que buscar el máximo beneficio individual, caiga quien caiga, buscar aliados más que enemigos. Y que esto vale para las personas, para las organizaciones, para los pueblos y los países. Que el apoyo mutuo es más inteligente que intentar desalojar a los presuntos competidores en la lucha por la vida. Generar enemigos es suicida (p. 93).

Con todo, el futuro es utópico y la vida feliz depende mucho de la ética, de las buenas políticas de salud, de los objetivos comunes y de la solidaridad. Creo que estamos en el camino correcto, buscando un futuro con una comunidad de médicos éticos, distanciados del reducto de la medicina arbitrariamente mercantilizada.

Bibliografía
Cortina, Adela (2019). ¿Para qué sirve realmente…? La ética. Editorial Planeta, PAIDÓS, tercera edición, Bogotá, Colombia.
Marañón, Gregorio (1956). Vocación y ética y otros ensayos. Colección austral Nº 661, Editorial Espasa-Calpe S.A., tercera edición, Madrid.   
Ossorio, Ángel (2000). ¿Quién es abogado? En, Ética y revalorización del juez y el fiscal. Material de lectura de la Academia de la Magistratura, Tercer PROFA, Lima.
Vélez Correa, Luis Alfonso (1996). Ética Médica. Interrogantes acerca de la medicina, la vida y la muerte. Corporación para investigaciones biológicas, segunda edición, Medellín, Colombia.


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