FÉLIX TASAYCO, Gilberto.
(Foto referencial: theconversation.com)
Hace poco hemos visto cómo la
ambición, la avaricia y la insensibilidad de algunos industriales de la
medicina -en el que se incluyen algunas clínicas particulares-
sobredimensionaban de modo salvaje el costo del tratamiento médico de las
víctimas de la Pandemia Covid-19. Eso es simplemente, dirección y gerencia sin
responsabilidad social. Sin embargo, de otro lado, hemos advertido que muchos
médicos y profesionales de la salud, en sus hospitales y hasta subiendo al
avión, vienen arriesgando sus vidas en pro de la vida de los pacientes. Obviamente, aquellos médicos no pasaron inadvertida la Declaración de la Asociación Médica
Mundial de Ginebra de 1948 que señala: “Prometo solemnemente consagrar mi vida
al servicio de la humanidad, otorgar a mis maestros el respeto y la gratitud
que merecen, ejercer mi profesión dignamente y a consciencia, velar
solícitamente y ante todo por la salud de mi paciente (…)”.
Ciertamente, en el ejercicio de
la medicina, el médico debe demostrar que es un buen hombre, pero también un
hombre bueno. La bondad que lo debe caracterizar no permite variación de trato
en función a la pandemia, clase social, política, económica o cultural de quien
confió su salud y su vida por su bienestar. El médico, ante todo y sobre todo,
debe procurar siempre el bienestar de su paciente, aun cuando este sea su
enemigo.
Ante el amigo o el enemigo el
médico tiene la misma obligación. En tiempos de pandemia o sin él, el médico
debe hacer visible su etiqueta de humano, no puede ser un hombre insensible ni
un espectador malsano del dolor y sufrimiento de su paciente. Por esa y por muchas razones, considero que el
médico que elude los patrones deontológicos, no es médico sino “trabaja de
médico”. Médicos formados desde los reductos de la ética enemiga no sirven a la
medicina, sino, se sirven de ella, en tanto y en cuanto les otorgue
beneficios.
El médico debe tener su propio
código personal, en el cual, aparte de la bondad y la sabiduría, prevalezca el
respeto por el paciente y la profesión médica. Vélez Correa (1996) apunta que
se debe respetar al paciente como persona que es; esto debe manifestarse en las
palabras, gestos, etc. Se oyen expresiones degradantes al referirse a los
pacientes como: “chicharrones” y “gadejos” que muestran el poco respeto hacia
la persona que sufre. El respeto por el
paciente se extiende más allá de su persona. Referirse a Don Gustavo es mejor
que decir “el de la cama 20”
o “el paciente de la ictericia” (p. 74).
De lo dicho se desprende que el
respeto implica cortesía, atención y consideración para los demás. Es decir, el
médico no puede ser un inadaptado en las reglas de trato y cortesía. En la
práctica, se puede convenir que no se excluye la posibilidad que la cortesía se
pierda aun en el interior del grupo médico de cada institución. Así, solemos
ejercer cargos en niveles jerárquicos superiores y no por haber sido designados
temporalmente en tales niveles, vamos a excluir la cortesía de nuestro código
personal. Con mayor razón, mientras los médicos se encuentren en el camino del
ascenso, con más humildad y más cortesía deberán ejercer la profesión.
Gregorio Marañón (1956) enseña
que no es inútil recordar esto, porque es muy frecuente, en cualquier profesión
o actividad social, que a medida que se sube en la escala de la importancia se
crea el triunfador con mayores razones para estar relevado de sus obligaciones
de cortesía con los que vienen detrás. Siempre me ha parecido no ya
intolerable, sino monstruosa, la grosería del amo con el criado, del maestro
con el discípulo, del capitán con el recluta y, en general, del superior con el
inferior. La disciplina elemental impide que el subordinado se conduzca con
incorrección respecto a sus jefes, pero no sé qué reglamento permite que el más
alto pueda ser inconsiderado con el que ocupa las categorías humildes. El que
llega, por legítimo que sea su triunfo, tiene siempre mucho que hacerse
perdonar de sus semejantes. Y no hay forma más inaceptable de olvidarlo que
hacer de la posición elevada pretexto para la extremada grosería (p. 69).
Por su parte, Angel Ossorio
(2000) anota que no es médico el que domina la fisiología, la patología, la
terapéutica y la investigación química y bacteriología, sino el que, con esa
cultura como herramienta, aporta a la cabecera del enfermo causales de
previsión, de experiencia, de cautela, de paciencia, de abnegación. ¿Cómo podrá
ser un médico frío de alma? No puede serle indistinto que el pueblo goce de la
higiene y de la salud o que padezcan víctimas de epidemias y de infecciones,
que su enfermo se salve o que se muera, que llore amenazado por el dolor o que
sonría por el alivio y la curación. Por eso los médicos afrontan riesgos
enormes como la inoculación de una infección, la pérdida de miembros y aún de
la vida, como los radiólogos, el peligro que se afronta heroicamente en una
epidemia y la abnegación con que se lucha contra la muerte en casos que el
facultativo no le valen un centavo ni aún siquiera la gratitud del favorecido.
Si el médico no tiene el corazón propenso a la abnegación y al sacrificio, será
un falsificador de su ministerio (pp. 140 y ss).
En efecto, dilemas éticos habrán,
pero seamos resilientes, no perdamos la esperanza pues pronto esta inesperada pandemia
terminará. Es cierto que las víctimas seguirán sufriendo, pero los médicos
éticos estarán ahí, en conmiseración con el paciente, ayudando en el vivir y luchando
en el sufrir. Por ello, se deben mejorar las políticas de comunicación,
buscando que el discurso gubernamental ético llegue a los espacios sociales
populares. Como se pregunta y responde Adela Cotrina (2019): ¿Para qué sirve la
ética? Para recordar que es más prudente cooperar que buscar el máximo
beneficio individual, caiga quien caiga, buscar aliados más que enemigos. Y que
esto vale para las personas, para las organizaciones, para los pueblos y los
países. Que el apoyo mutuo es más inteligente que intentar desalojar a los
presuntos competidores en la lucha por la vida. Generar enemigos es suicida (p.
93).
Con todo, el futuro es utópico y
la vida feliz depende mucho de la ética, de las buenas políticas de salud, de
los objetivos comunes y de la solidaridad. Creo que estamos en el camino
correcto, buscando un futuro con una comunidad de médicos éticos, distanciados
del reducto de la medicina arbitrariamente mercantilizada.
Bibliografía
Cortina,
Adela (2019). ¿Para qué sirve realmente…?
La ética. Editorial Planeta, PAIDÓS, tercera edición, Bogotá, Colombia.
Marañón,
Gregorio (1956). Vocación y ética y otros
ensayos. Colección austral Nº 661, Editorial Espasa-Calpe S.A., tercera
edición, Madrid.
Ossorio,
Ángel (2000). ¿Quién es abogado? En, Ética
y revalorización del juez y el fiscal. Material de lectura de la Academia de la
Magistratura, Tercer PROFA, Lima.
Vélez
Correa, Luis Alfonso (1996). Ética
Médica. Interrogantes acerca de la medicina, la vida y la muerte.
Corporación para investigaciones biológicas, segunda edición, Medellín,
Colombia.